lunes, 18 de abril de 2011

Tengo miedo (por Alejandro Palomas)


“Cobarde no es quien teme, sino quien ni siquiera se atreve a sentirse temeroso.”

Porque, ¿qué es el miedo?

El miedo es lo contrario del amor (una definición menos occidentalista probablemente formularía un axioma como el siguiente: “El miedo es la otra cara del amor”).

“Sí, muy bien”, quizá pensarás. “Eso ya lo he oído muchas veces, pero no deja de ser una definición demasiado intangible, demasiado alejada de lo cotidiano.” Es cierto. La pregunta quizá debería ser otra –más fácil, más manejable–. Qué tal esta: ¿“cómo identifico al miedo? ¿Cómo lo reconozco para poder actuar sobre él”?

Muy sencillo: el miedo siempre paraliza. El amor activa.

Ahora demos un paso más. ¿Cómo se lucha contra el miedo?

Aceptándolo. Sin juzgarlo. Sin juzgarnos. Tener miedo no es ni malo ni bueno. No tenemos derecho a castigarnos por ello. Al contrario: aunque pueda parecer paradójico, el temor es simplemente un principio, una oportunidad de cambiar algo que la emoción rechaza y abraza a la vez por conocido, por adictivo. Sin embargo, deja de ser una oportunidad de cambio cuando el intelecto –lo aprendido– alza la voz y nos condena: “Tener miedo te convierte en cobarde”. No es cierto. Tener miedo nos enfrenta a la posibilidad de decidir, de proyectarnos, aunque sea durante un fugaz instante, en el futuro. La mente se equivoca: cobarde no es quien teme, sino quien ni siquiera se atreve a sentirse temeroso. Cobarde es quien vive esquivando el miedo porque donde no conoce tampoco el amor que lo libera. Cobarde es quien no siente, quien no cuenta con la emoción para llegar a ser quien realmente desea ser.

Desde aquí quiero hacer un llamamiento a todos los que estáis ahí fuera, leyendo estas líneas, y animaros a que cuando os reconozcáis asustados –asustados en lo cotidiano, en lo automático, en esas pautas aprendidas que paralizan– lo hagáis desde la emoción, sin juicios. Quiero que os acerquéis al espejo más cercano y os miréis tranquilamente a los ojos y, sin vergüenza y sin castigo, empecéis por el principio de los principios y os atreváis a oíros decir: “Sí, tengo miedo”. Repetidlo cuantas veces podáis y seguid haciéndolo hasta que poco a poco, tardéis lo que tardéis, cambiéis la afirmación por esta otra: “Sí, siento miedo”.

Que se haga entonces el silencio. Miraos bien. Solo siente miedo quien tiene la posibilidad de no sentirlo, quien puede elegir, aunque quizá no sea aun consciente de ello.

Solo siente miedo quien no es el miedo.
¿Qué somos pues, si no somos miedo?
La otra cara de la emoción.
Amor. Amor asustado, sí. Pero amor, al fin y al cabo.
No deberíamos olvidarlo.
Es un buen principio.

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